Hubo un tiempo, en la Antigüedad, que uno de los límites del mundo se hallaba en el estrecho de Gibraltar. Nadie se atrevió a traspasarlo hasta que, según Herodoto, un tal Coleo de Samos lo hizo. Era el siglo VII antes de Cristo. Allí, en aquel límite geográfico, se encontraba, si atendemos a la mitología, una de las dos columnas de Hércules (la otra se halla en Ceuta) y, por esta razón, el escritor Paul Theroux tituló precisamente “Las columnas de Hércules” el libro en el que inmortalizó su viaje por el Mediterráneo.
El punto de partida de Paul Theroux por el Mare Nostrum no podía ser otro que el peñón de Gibraltar. Aquí comenzó, en 1994, su viaje de descubrimiento y a este pequeño espacio le dedica un buen puñado de páginas para seguir inmediatamente después por las costas de España. Como es el comienzo de la ruta, va despacio, se detiene con calma en los detalles que le interesan, pregunta, habla, se empapa de la cultura peninsular y balear y, como no podía ser de otro modo, también en su pluma se hacen inevitables las alusiones a los toros y a Hemingway.
Hace parada en Tarifa -dice que su nombre procede de cuando los piratas bereberes exigían un pago a las naves que atravesaban el estrecho-, en Marbella, en Fuengirola, en Mijas, en Málaga, en Lorca, en Alicante, en Cartagena, en Murcia, en Benidorm, en Valencia, en Tarragona, en Barcelona, en Gerona… hasta alcanzar la isla de Mallorca, donde encuentra la casa que habitó Robert Graves con su amante, Laura Riding, en Deia y que había comprado con los beneficios de su novela “Yo, Claudio”. “Estaba construida de piedra local, sobre un saliente, fuera del pueblo. Era una casa señorial, en una ladera escarpada, con peñascos detrás y la orilla rocosa mucho más abajo”, escribe. En la isla de Mallorca, también buscó Valldemosa, donde George Sand llevó a su amante, Chopin, en el invierno de 1838. Y es que Paul Theroux es otro gran peregrino literario. Allá donde va, encuentra ecos de escritores de otro tiempo.
El periplo continúa por Francia e Italia (en Taormina, Sicilia, se topa con la casa de D. H. Lawrence, en Aliano, con la de Carlo Levi, y en Trieste, con los ecos de James Joyce y Richard Burton) hasta que, después, llega a la vieja Yugoslavia, donde aún resonaba el eco de las bombas –“los mapas son otras víctimas de la guerra”, escribe-, y a la “terriblemente mísera” Albania.

Paul Theroux.
Hay un momento en este circuito mediterráneo que se embarca en un crucero de lujo, el Seabourne Spirit, hasta alcanzar las costas griegas y pasar por Missolonghi, donde murió Lord Byron. Desde Estambul intenta llegar a Siria, pero finalmente dirige sus pasos hasta Israel y Egipto, donde visita en un hospital de El Cairo al Nobel de Literatura Naguib Mahfuz, apuñalado esos días por un fanático religioso. “Soy el primero al que acuchillan por pertenecer a la Academia Estadounidense”, le dijo a Theroux en broma, y a continuación añadió, esta vez en serio: “El pensamiento se combate con el pensamiento, no con la violencia”. Era lo mismo que dijo Mahfuz cuando defendió a Salman Rushdie contra los partidarios del ayatolá Jomeini.
Tras recorrer Jordania, Theroux acaba en Chipre y Túnez para alcanzar, después de un gran temporal, las costas de Marruecos. En Tánger, busca y encuentra a Paul Bowles, quien le recibe en su casa trabajando, mientras le recuerda una frase que le dijo Malraux: “Nunca dejes que te conviertan en un monumento. Si lo haces, se mearán en ti”. Pero, quisiera o no, el caso es que el autor de “El cielo protector” representaba a la ciudad que había adoptado decenios atrás, concretamente en 1931.
Desde Tánger, Paul Theroux se dirige a la última etapa de su viaje. Es Ceuta, donde la mitología ubica la otra columna de Hércules, el patrono del esfuerzo humano. Allí, en la ciudad autónoma, se despide del Mediterráneo. Era el destino final del viaje.